Damián se fue a vivir con los leprosos, con una gran fortaleza y voluntad para ayudarlos. No sólo convivió con su enfermedad si no también con su pobreza. Llegó al corazón de aquellos seres sufrientes y marginados, porque los tocó, los abrazó, conversó con ellos en su propia lengua, vendó sus heridas, amputó cuando fue necesario sus dedos y sus pies, compartió con ellos su pipa, comió el plato de poi, rió con ellos, jugó con sus hijos enfermos, Damián fue aceptado por los enfermos de lepra como uno de ellos. Siembro la buena semilla -escribió- entre lágrimas. De la mañana a la noche estoy en medio de miserias físicas y morales que destrozan el corazón. Sin embargo, me esfuerzo por mostrarme siempre alegre, para levantar el coraje de mis pobres enfermos.